Una de las sensaciones más bonitas en mis sesiones de coaching es cuando empiezo a ver la cárcel sin barrotes en la que se encuentra la persona a la que estoy guiando. Es una sensación preciosa, llena de amor y empatía, e increíblemente liberadora.
Todos vivimos, a veces sin saberlo, en una cárcel sin barrotes que nos hace sentirnos atrapados por una realidad de la que no podemos escapar. Es esa sensación que a veces te dice “no voy a poder”, a veces te dice “no tengo salida” y otras veces simplemente te dice “aquí tengo un problema”. No importa cuál sea tu cárcel, en realidad lo que importa es que los barrotes son muy reales para ti.
Podríamos tener la sensación de que diciéndole a los demás que los barrotes de su celda son imaginarios, ellos mirarán y los verán igual que nosotros. Pero no suele ser así. Cuando ellos miran, ven que están hechos de un hierro tan fuerte que sólo les sirve para reafirmar su realidad sobre la terrible cárcel en la que se encuentran.
Sin embargo, todos hemos visto cómo se han desvanecido ante nosotros los barrotes más grandes en tan sólo un segundo y no precisamente porque los hemos derretido sino porque nunca estuvieron allí. Te pondré un ejemplo que ayer comentaba durante una sesión.
¿Te ha pasado alguna vez que te has visto en una situación complicada de estas en las que no ves ninguna solución, de estas en las que casi te estalla la cabeza o te explota el corazón y no sabes cómo afrontarla? ¿Te ha pasado que, independientemente de lo que hayas hecho, de repente algo ha pasado y lo ves todo de forma diferente e incluso te preguntas cómo era posible que vieras un problema donde en realidad no lo había? Pues esa era una de tus cárceles sin barrotes. Y cómo sienta de bien la libertad cuando ves que los barrotes nunca estuvieron allí ¿verdad?
Es posible que pienses “bueno, pero es que hay barreras y BARRERAS, y algunas están ahí y no sólo en mi cabeza”. Te entiendo, yo también lo pensaba. Pero la vida nos enseña día a día que lo que parece un muro de diez metros, a veces se convierte en una pequeña valla que puedes saltar y que hasta el muro más grande puede tener una puerta (por la que seguramente entraste). No importa si no la ves. Es más, cuando más mires y más busques, posiblemente menos la verás. Pero ahí está, porque hasta las cárceles más grandes pueden abrirse ante tus ojos, especialmente si el encarcelado es el propio diseñador de la cárcel (aunque se haya olvidado de dónde están los planos y de que él fue el arquitecto ¡e incluso el que decidió meterse dentro!).
Mi consejo hoy, si estás en una de tus cárceles, es que no mires tanto los barrotes y simplemente observes la posibilidad de que quizá esa cárcel no sea lo que parece. No importa cuán real la veas, ábrete a la posibilidad de que quizá necesites gafas o que nunca te has atrevido a tocar los barrotes.
En mis sesiones de coaching yo también veo esas cárceles y algunas parecen tan bien construidas, tan verdaderamente inexpugnables, que hasta pienso que son reales. Pero luego me abro a ver más allá y llega un momento en el que sólo veo al preso allí dentro, tan hermoso, tan confundido, tan lleno de inocencia, que una sonrisa ilumina mi cara y una sensación de empatía me embriaga y me hace ver lo confundido que yo también estaba. Es un momento mágico y transformador, que por arte de magia puede hacer que la otra persona se sienta verdaderamente observada como realmente es: un potencial infinito encerrado en una cárcel de pensamientos que pueden abrirse con sólo darse cuenta de que nunca fueron reales.
A veces se abren con un paso hacia la puerta, a veces se abren con una nueva mirada, a veces por una luz que llega y te hace ver dónde había una ventana. No importa si alguien te ayuda o si tú mismo te das cuenta. Todos tenemos el potencial de salir de nuestras cárceles, aunque a veces las cárceles se hagan tan estrechas que sólo te quede la opción de tocar las paredes, para darte cuenta de que siempre fueron un holograma.
No hace falta que me creas. De hecho, si me crees, quizá estés construyendo un nuevo barrote con una nueva creencia en tu cabeza. Tan sólo mira hacia adentro y descubre esa verdad que llevas dentro de ti. Ese ser que siempre ha sido libre aunque aún no lo sabe. Ojalá que pueda disfrutar observando tu cara cuando veas caer las barreras. Es una sensación maravillosa.
Te envío un abrazo lleno de empatía hacia cualquier barrera o barrote que estés viendo en este momento. Te dejo con una pequeña historia que seguramente habrás leído alguna vez.
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
–La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
–¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza.
–Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
–Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
–Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra.
Photo by Daria Shevtsova from Pexels