El agradecimiento no viene de tu pequeño yo. Nace cuando tocas la verdadera naturaleza que te conecta con los demás.
Si alguna vez te has sentido verdaderamente agradecido, te habrás dado cuenta de que es un sentimiento que te inunda. No sabes muy bien de dónde viene pero se siente intenso. Casi quisieras comerte a besos a la persona o la situación que parece que lo provoca. Pero en realidad el motivo del agradecimiento no viene de ella. Nace de ti. Del contacto con esa parte profunda de ti que te hace sentir realmente feliz. Sin motivo aparente o quizá con alguno, no importa. La causa nunca está fuera sino dentro y es desde allí que giras tu cara y observas a esa persona o situación con una nueva mirada. Has contactado con esa parte interna que te une a la vida.
Es fácil contrastar cuándo el agradecimiento llega de la mente. Sabe muy diferente. No existe esa explosión y, a veces, incluso sabe un poco a culpa o remordimiento. Sea como sea, no sabe igual. Y así hablamos de la necesidad de ser agradecidos, pero con ello nos referimos a un agradecimiento más bien forzado, devaluado.
Pocas veces en mi vida me he sentido verdaderamente agradecido. Agradecido de verdad. Agradecido de explotar. Pero cuando lo he hecho, todo se ve diferente. Cuando el agradecimiento nace de esa explosión es, en realidad, un agradecimiento a la vida, por estar vivo, aunque toma forma en la persona que tienes a tu lado.
Cuando lo has pasado mal y alguien te ayuda a tocar ese lugar profundo, nace un sentimiento inigualable, un verdadero agradecimiento que nace como un géiser y te llena de alegría. Es una sensación tan indescriptible que las palabras que salen de tu boca nunca parecen ser suficientes como para mostrar a esa persona aquello que en ese momento estás sintiendo. En realidad, sólo dices «gracias, gracias, gracias» pero es un «gracias» cargado de fuerza. De la fuerza que nace de tu verdadera naturaleza y que no encuentra palabras.
Un agradecimiento verdadero también le llega por sorpresa al que lo recibe. No entiendes muy bien lo que has hecho para que esa persona esté tan agradecida. Llegas a pensar que tú no has hecho nada o que tampoco ha sido para tanto. Pero, en realidad te reconforta como pocas cosas y te deja una sonrisa dulce en la cara que también convierte tu mundo en un lugar más bonito, aunque sólo sea por un rato.
Qué distinto sabe ese agradecimiento que esperas recibir o que recibes como el que recibe los buenos días. Ese agradecimiento enviado desde la mente y no desde el corazón que te lleva a un lugar muy distinto. Nota cómo en tu cara no se pinta una sonrisa. Nota cómo, en el fondo, piensas que esa persona debería estar agradecida. Nota cómo tu mente espera, busca y juzga. Definitivamente, el verdadero agradecimiento te pilla de sorpresa. Tú no lo pides ni lo haces tuyo. Lo disfrutas.
El agradecimiento no se da ni se recibe. Sólo se dan y reciben las palabras. El agradecimiento se siente y punto. Faltan las palabras y cobran vida las miradas. Los mejores agradecimientos los recibes con tus ojos o directamente con tu piel. Si me apuras, se trasladan por la sutil vibración de las palabras que nacen del alma. No es el “gracias” lo que importa sino la sublime emoción que se esconde tras él y que carga las ondas que vuelan en el aire.
Qué gran sensación sentirse agradecido. Diría incluso que ese es nuestro estado natural, el de estar agradecido. Porque cuando por unos segundos ves la mentira que te entrega tu mente a diario y sientes por un momento la vida directamente en tu cuerpo, nace una satisfacción tan gigante que es difícil no estar agradecido.
Deseo que brote en ti el agradecimiento y que yo esté ahí para compartirlo contigo. Si has estado alguna vez agradecido de verdad, sabes de qué te estoy hablando.