No somos conscientes de nuestra incoherencia hasta que nos damos de bruces con ella, y yo tengo la suerte de hacerlo muy a menudo.
Siempre me he sentido orgulloso de que la confianza es un valor esencial para mí. Me he llenado la boca de esa palabra tantas veces, que ya la había interiorizado como un mantra del que pavonearme. <<La confianza es muy importante, hijos. Si no nos tenemos confianza para contárnoslo todo, ¿cómo os voy a poder ayudar?>>. <<Si en el mundo de la empresa, confiáramos los unos en los otros (compañeros, clientes, proveedores), otro gallo cantaría>>. Qué gran verdad ¿no?
Antes de que me contestes, déjame que te diga que cuanto más seguro estés de alguno de tus valores, más te vale revisar qué esconden. No te extrañe que detrás te encuentres algo que no quieres ver.
¿Cómo puedo pedir confianza, si yo no la tengo? Obvio, ¿verdad? No tanto, si te fijas.
Seguro que te has observado alguna vez pensando << Yo confío en ti, pero…>>. Y es ahí, con ese “pero”, donde te das cuenta de que, en realidad, no quieres confiar. Si confías, confías. Punto. No hay “pero”, no hay condiciones, no hay nada más. Asúmelo: si hay “pero”, no hay confianza. Una buena ducha de honestidad.
Así que si quieres confiar pero te asalta un “pero”, pregúntate que hay detrás de tu desconfianza. Pregúntatelo muy honestamente. Tan honestamente como aguante tu corazón. Y si tu corazón aguanta, me sorprenderá que detrás no te encuentres con el miedo.
No sé cuál será tu miedo, pero el mío es mi necesidad de control. Qué duro ha sido darme cuenta de esto, pero así es: la confianza me hace perder el control. Y detrás del control, como siempre, no hay más que miedo.
Cuando confías, pierdes el control. Lo entregas. Te entregas. Saltas al vacío. Y eso suele dar mucho miedo. Pero miedo ¿a qué?, puede que te preguntes. Miedo a la vida, sin más, aunque escondido de muchas maneras (todas aparentemente muy reales).
Cuando la necesidad de control forma parte de tu vida, desconfías de ella. Tienes miedo a vivir porque no te das cuenta de que tú eres la vida. No está la vida y después estás tú, separado de ella. Difícil no tener miedo cuando crees que todo depende de ti. Desconfías de la vida (y, sin saberlo, también de ti) y no te queda más remedio que intentar controlar. Qué menos, para poder sobrevivir.
Y allí vamos, con nuestra idea de tenerlo todo bajo control y encima pensando que si todos confiáramos los unos en los otros, todo sería mucho más fácil. Quieres confianza, pero sientes la más grande de las desconfianzas: la desconfianza en la vida. Además, como tampoco confías en ti, todavía te invade un miedo mayor (tú, solo ante el universo). Llámalo responsabilidad, llámalo soberbia, llámalo inseguridad o llámalo como quieras. El nombre más acertado es miedo y, a veces cambia su disfraz y se convierte en rabia o en su versión pasiva, el victimismo.
La confianza y el control son caminos opuestos. No puedes confiar sin perder el control. Pero curiosamente confiando en la vida, confías en ti como parte de ella y te das cuenta de que tu control era una ilusión. La vida tiene su propio control, del cual tú formas parte activa, por supuesto, pero parte al fin y al cabo. Hay un reloj perfecto del que no ves la maquinaria y del que eres una pieza única que sólo tiene que cumplir su función. Déjate llevar por tu función, que la maquinaria se encarga del resto. Esa es la verdadera confianza en ti y en la vida.
Así que, si quieres que la confianza entre en tu vida, empieza a soltar tu ilusión de control. El camino contrario es muy complicado.
La confianza no es algo que puedas buscar, la confianza nace. La confianza nace cuando te das cuenta de que todo está bien tal y como está. Cuando te das cuenta de que el miedo que te hace abrazar el control no puede hacerte daño. La vida es perfecta tal y cómo sucede y no hay nada que controlar. Puede sonar a frase de autoyuda o muy espiritual, pero nunca podremos saborear la verdadera confianza hasta que no abracemos esa verdad. Sólo cuando abrazas tu miedo y observas que no existe esa necesidad, vas a dejar de controlar. Y cuando sueltes el control, la confianza nacerá.
Empieza por darte cuenta de cuántas veces estás intentando controlar y observarás todo el miedo que hay detrás. Abraza ese miedo y atrévete a vivir en el mundo de la posibilidad. Si quieres experimentar la confianza, este es el camino natural.
Sé que no es fácil. Yo mismo puedo sentir ese miedo mientras escribo estas líneas. Pero, al menos, he dejado de engañarme a mí mismo queriendo confianza cuando yo soy incapaz de confiar. Ahí, por lo menos, veo una posibilidad. La posibilidad de abrazar mis miedos y darme cuenta de que nunca fueron verdad. Soltar, soltar y soltar.
En tu familia. En tus relaciones. En la empresa. Incluso contigo mismo. Si no confías en la vida, siempre encontrarás un “pero” para desconfiar.
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